Demente crónica y de mente oscura. Mecida cariñosamente por el balanceo de un sueño inacabado.



Bienvenidos.

Incluso a mí hay veces que me asusta lo mutante que puedo llegar a ser. Hipócrita, nómada, engañosa y hasta puede que un poco serpiente... pero chicos, es lo que hay. Leed si gustais, disfrutad si cabe...



martes, 5 de julio de 2011

La historia del pringao que vivía en el 3ºB.

Unos pasos de grasiento y apático mamut retumbaron en la entrada de mi recién adquirido piso. Ya las había oído antes. Pertenecen a esa montaña de sebo mal oliente que tengo por vecino. Dios me libre de coincidir con él en el ascensor algún día.
Cojea de un pie, arrastrándolo y haciendo su llegada más putrefacta de lo que ya es de por sí, mirando al orondo tipo.
Sólo lo había visto una vez, pero me bastó para sentirme menos miserable, dando aspectos de su vida por sentadas, en las que yo siempre era superior.
En realidad, siempre he sido escoria comparativa.

Desde que llegué a mi avernoso dulce hogar nuevo, he oído salir toda clase de sonidos del piso de mi extraño vecino: porno extranjero, música punk de la bruta, ladridos de un chucho asqueroso, a veces incluso oigo unas risas escandalosas de una mujer.
Sólo de pensar en el tipo de mujer que puede vivir con semejante mofeta obesa... me pudre el estómago y me llena la boca de gusanos. Vamos, que como mínimo, debe dar estupor la señora.
El caso, es que un vecino discreto... no es.

Para pagar la ratonera donde vivo, tengo dos trabajos: uno nocturno como portero de un videoclub X que sólo abre por las noches, con el jodido horario de 00:00 a 6:00 a.m. Y otro, al que llego de empalme los jueves y viernes por la mañana de 8:30 a 14:00 p.m como dependiente del McDonals del centro comercial de Gran Vía.
O sea, que voy de culo.
Ya no sé si es realidad empírica o un trastorno delirante somático, pero no consigo quitar el olor a Big Mac y corrida de mi ropa.
Y para lo puteado que estoy, me toca aguantar las gilipolleces de un vecino inepto; que no me deja descansar/dormir/vivir individualmente.

Un día que acabé hasta las pelotas de su puta música a las once de la mañana, en mi puto día libre, me llené de mala hostia y me dirigí a la puerta de su casa dispuesto a ponerle de gordo mugriento para arriba.
Toqué al timbre copulsivamente, y aporreé la puerta a patada limpia.
La música se paró en seco, y oí como alguien se acercaba a la puerta rápidamente.
No me parecieron los pasos de la mofeta obesa...

Lo primero que vi cuando se abrió la puerta, fue una maraña de rizos negros, negrísimos, que olían maravillosamente a champú... seguidos de la mirada más viciosa y a la vez potente que jamás había visto.
Unos ojos verdes, enormes y fijos me miraban de arriba a bajo con curiosidad.
Era como si su mirada me arrastrara a un agujero negro de impresión y pasión.
Luego, con cara de oligofrénico, alcancé a ver donde acababa el camisón negro de tirantes, unas piernas definidas, pálidas y llenas de lunares. Muy suculentos, por cierto.

- Bueno... y tú, ¿qué quieres?
Se me fue toda la mala hostia y las ganas de homicidio recreado y meticuloso de hace dos minutos.
- Perdona... no esperaba que me abrieras tú.
- ¿Y a quién coño esperabas, tocando como un poseso en la puerta de mi casa?
- Creía que aquí vivía ese... hombre... grandote y...
A parte de tener cara de oligofrénico, empezaba a hablar como tal.
- Es mi casero. Estoy de alquilada en este cuchitril.
- No puede ser, ¿esa mofeta obesa es tu casero? Seguro que ha tenido intenciones de acosarte con esas manitas rechonchas el muy cerdo.
- Esa mofeta obesa... es mi tío.
Mi cara se transformó en un poema bélico.
- Lo.. lo, lo siento.
- Jajaja... te estoy vacilando, imbécil. En realidad no lo es, además debo decir, que no desapruebo que le hayas puesto un apodo. Yo lo llamo cariñosamente Gordo Cabrón. Y no... no ha intentado nada. ¿No te enseñaron a no juzgar a las personas por su aspecto, por muy dudoso que fuera?
- Paso de esa mierda. Me gusta juzgar y ser cruel con la gente... hace que mi vida parezca un poco menos caótica.
- Bueno, tú mismo. ¿Qué querías?
- Pedirte, amablemente, que bajaras un poco el volumen de la música... no he dormido en toda la noche y...
Su cara se tornó en irónica mueca, y me cerró al puerta en las narices antes de que terminara de hablar.

Me quedé rozando con la punta de mi nariz la puerta de aquella diosa de la discordia, y escuché complacido, como el silencio se apoderaba de mis zumbados oídos.
Me fui a dormir. Pero no lo conseguí...
Logré olvidar el olor nauseabundo que me invadía, y me masturbé pensando en el aroma que rociaba el aura de aquella muñequita punk.

Fue el mejor día desde que llegué a vivir a esta ruina de lugar... que trsite.

2 comentarios:

Advenedizo. dijo...

Interesante. Todos hemos tenido vecinos raros, vecinos inquietantes quizá mucho más integrados que nosotros mismos. Ahora mismo escucho desde mi habitación una cosa mezcla de aullido animal, chillido de bebé y eructo ancestral. Es el jubilado de al lado. No sé que materiales audiovisuales consume. Desconozco sus filias y sus fobias. Parece un tipo solitario, pero sólo es una impresión subjetiva. El caso es que todas las madrugadas rompe mi sueño con sus sonidos. Quizá un sacrificio, quizá el efeto reverberado de las tuberías llenas de ratarachas (híbrido de rata y cucaracha).
Pero le respeto.
Es de las pocas personas que merecen este silencio, esete comentario, este guiño.
Saludos ;)

bche dijo...

menos mal que aún hay gente k respeta a sus vecinos :) jaja
un beso, Advenedizo :)