Demente crónica y de mente oscura. Mecida cariñosamente por el balanceo de un sueño inacabado.



Bienvenidos.

Incluso a mí hay veces que me asusta lo mutante que puedo llegar a ser. Hipócrita, nómada, engañosa y hasta puede que un poco serpiente... pero chicos, es lo que hay. Leed si gustais, disfrutad si cabe...



miércoles, 29 de junio de 2011

Lumpen.

Capítulo 1.

La puta se baja del coche, recoloca su falda y se mete un par de billetes en el escote. Imponente escote, todo sea dicho.
El último cliente (o despojo, como eran vistos desde su perspectiva personal) había dejado en ella unas ganas inmensas de vomitar, por lo que pensó que sería un buen momento para ir a cenar.
Su estómago se devoraría a sí mismo si pasaba un par de horas más sin comer nada.

Madrugada pegajosa, calurosa, bochornosa... A pesar de ir medio en pelotas por la calle, tenía un calor asfixiante, y es que una nunca se acostumbra al calor asqueroso de esta ciudad.
Decidió que no tenía ganas de miradas despectivas, por lo que fue por la puerta trasera del kebap de la esquina de la Rambla, donde trabajaba su amigo el Morote (amigo, nunca despojo) y que le solía proporcionar una cena discreta preo grasienta y complaciente.

- ¿Lo mismo de siempre, putita linda?
- No, hoy sólo un sandwich, no tengo tiempo que perder... es sábado noche y las calles están llenas de cabrones intentando ser los dueños de cualquier coño. Aunque sea pagando por él.
- Hablas como si amaras tu trabajo.
- No, lo aborrezco, pero me resulta estimulante notar que aprecio tener cerebro un poquito más cada noche que trabajo. No puedo ser una zorra arrogante con los despojos que me dan de comer, pero me divierte imaginar que los asesino sádicamente, mientras creen que me están esclavizando con sus vulgares insultos y sus mediocres folladas.

El sandwich llegó envuelto en papel albal, y oliendo de maravilla. Le encantaba la comida que su amigo-no-despojo le preparaba.

- Recuérdame que no me vaya nunca de putas, si todas son como tú...
- Mmm... que bien huele el jodido sandwich, si no fuera porque soy una frígida resentida, me casaría contigo.
- Jamás me casaría con alguien tan insaciable como tú.
- Que sea puta no significa que sea sexualmente insaciable.
- Me refería a la comida.


Capítulo 2.

El verano era el mejor momento para él: el tiempo solía ser estable, y no necesitaba llevar capas y capas de mugrienta ropa en su esmirriado cuerpo.
Simplemente se tiraba en algún parque oscuro y poco concurrido para tararear sus canciones favoritas mientras hacía figurillas con las hojas, ramillas y piedrecillas que se encontraba alrededor.
Atraía la atención de muchos infantes, aunque a sus satisfechos y de clase mediabaja padres no les hiciera ninguna gracia que sus pequeños retoños se acercaran a un arrastrado vagabundo.
Él se consideraba alguien normal, sencillo, honesto... aunque sin recursos de vida. Al fin y al cabo, tener una esposa durante años ludópata, ninfómana y algo bipolar lleva a la ruina a cualquiera.
La libertad al deshacerse de ella y de todo cuanto tenía, le proporcionó alivio y una nueva confianza en un futuro incierto pero tranquilo.

La noche del sábado le llenó el cuerpo de ganas de pasear. Cogió sus bártulos y puso camino hacia la playa. Esa noche de bochornoso calor dormiría allí... total, no tenía nada que perder. Nadie querría robarle una bolsa llena de escombros naturales para sus figurillas y una mochila con una manta, un mechero y una cartera prácticamente vacía.

Atravesaba el desaliñado hombrecillo la Rambla, cuando por una de las callejuelas que seccionaban la gran avenida vislumbró una estrella fugaz, con estela brillante y todo. La visión de un ángel caminaba entre contenedores de basura, y se metía de incógnito en un kebap.
Se asomó por un hueco abierto de una ventana lateral, e inspeccionó el objeto de su fantasía de arriba abajo. Era tan normal... y a la vez tan bonita. Sí, era puta, de eso no había duda... y maldijo al sistema capitalista e industralizado por hacer tan necesaria la única cosa que él carecía: dinero.


Capítulo 3.

La puta y el Morote conversaron lo que a la chica le duró el puñetero sandwich. Todo iba normal y rutinario hasta que el hombretón proyectó su mirada hacia la ventana del lado derecho, y vio un hombrecillo espiando. Alguien con mala pinta, y pensó que sería un yonki intentando conseguir restos de comida o algo.

El roñoso hombrecillo se echó a un lado, evitando la mirada del cocinero. Y detrás suya, apareció un deshecho con pinta de humano. Era incluso más delgado y esmirriado que él, por lo que lo miró con curiosidad.
- Los tíos de aquí son unos cerdos insensibles, no te dan comida ni aunque les ofrezcas lo poco que tienes.
Se notaba en su voz que estaba apunto de consumirse por el mono.
- No busco comida, sólo pasaba por aquí... y quise echar un vistazo.- Hablaba mientras buscaba algo en su mochila, de donde sacó un paquete de magdalenas que había conseguido hurtar de una bolsa de la compra, que una señora había reposado en el asiento del autobús, mientras éste llegaba-. Tome, amigo... he comido algunas, pero supongo que con esto podrá cenar algo.
El yonkie abrió los ojos de par en par y se quedó inmóvil y en silencio mirando al hombre que le ofrecía su comida.
Le dio un abrazo y empezó a balbucear palabras... lógica suposición de que eran de agradecimiento, y se fue; hablando para él mismo algo incomprensible.

La puta estaba en la puerta mirando la escena... le daba estupor salir y tener que pasar ante semejante par de escoria humana, pero al irse el yonkie y contemplar la escena entera... sonrió amablemente al vagabundo y echó a andar.


Capítulo 4.

La puta volvió a su puesto de trabajo: la acera de enfrente del chino de la Estación de Autobuses. No había ni un alma.
Encendió un cigarrillo y esperó sentada en la acera, en la madrugada caldeada, a un nuevo despojo al que asesinar mentalmente y desplumar placenteramente.

- ¿Me invitarías a un cigarro?- La puta miró fijamente al vagabundo. Era el tío de antes, con sus ojazos deslumbrantes y su cuerpecillo moribundo.
- Supongo que sí, ya que no tienes mucha pinta de poder autoabastecerte.- Sacó un cigarro, el mechero y se lo tendió al tipejo que estaba como un pasmarote a su lado. - Siéntate, hombre, no te voy a morder.-
- Gracias, señorita.
- Eres demasiado educado para ser un vagabundo... incluso con las putas.
- No soy un vagabundo... es sólo un adjetivo que describe mi situación. Soy una persona. Y como tal, no tengo ninguna razón para ser descortés con usted. Es más, usted también, antes que puta... es persona.

La joven escuchó sorprendida lo que el hombrecito de mirada infinita le decía. Sin quererlo, le salió una media sonrisa de complicidad, que tapó rápidamente con una calada al cigarro.

- Quiero una hora con usted, si es posible.
La puta sintió una punzada de decepción en en el pecho. Miró con indiferencia al hombre, intentando captar el mórbido sentimiento del putero. Pero sólo encontró la mirada de alguien que pide amor deseperadamente. Le resultó imposible pensar en él como un despojo más...
- ¿Cómo piensas pagarme?
- Con lo que iba a usar mañana para comer. Pero de nada me vale si no puedo tenerte esta noche.
La puta se levantó, cogió de la mano al vagabundo y se lo llevó a la pensión de mala muerte que había al lado.


Capítulo final.

Acordaron una hora, pero el sol de la media mañana del día siguiente asomó por la persiana medio rota del mierdoso hostal. El vagabundo se despertó. Hacía meses que no dormía tan cómodamente. Estaba solo.
La puta se había ido, y en su lado de la cama, sólo dejó la huella del dinero que no quiso aceptar.

1 comentario:

Pamela Costales Tiburcio dijo...

excelente!!! =D
el vacabulario y la historia.. muy bien!