La pequeña Mila miraba todos los días por la ventana para darle los buenos días al Sol.
Amaba el Sol... le proporcionaba alegría, horas de diversión por la calle y seguridad lumínica. Se sentía muy reconfortada cuando se levantaba después de una noche perezosa y lo veía allí... resplandecer como cada día.
Un día, Mila fue al mar a pasear. Era un día tranquilo, bonito y soleado. Se sentía contenta de estar allí, así que quiso dedicarle una sonrisa al Sol.
Cuando levantó la vista al cielo y miró al Sol, quedó cegada por el exceso de luminidad entre el cielo y el reflejo del mar... y Mila retuvo ese resplandor muy dentro de su memoria, repitiendo a cada momento la bella y a la vez cegadora visión a la que ha estado expuesta.
Desde aquel momento, Mila cada vez que quería mirar el Sol, se ponía unas gafas de Sol. No salía de casa sin ellas, y no alzaba la mirada sin ponérselas antes.
Pasaron las semanas, y la pequeña muchacha seguía con la imagen de aquella óptica visión clavada en su memoria, y en su cerebro como cierta; pensando así que el Sol se había hecho aún más potente y había cambiado.
Un día, sentada en un pequeño prado de violetas, vio una pequeña flor que le dirigía la mirada. Entre todo aquel color púrpura, Mila se acercó a esa flor y se sentó a su lado.
- ¡Hola!
- ¡Hola, pequeña! ¿Qué tal estás?
- Muy bien, estoy disfrutando de este día tan bonito que hace.
- Sí... yo te conozco, siempre andas de aquí para allá disfrutando de los días soleados. Pero me he dado cuenta de que últimamente, no sales sin esas gafotas tan oscuras que tapan tu linda cara y tu visión... ¿por qué? ¿Tienes los ojos enfermos?
- No, es para protegerme de la luz tan potente y brillante del Sol. Hace poco cambió, y ahora es más luminosa.
- Te equivocas pequeña... el Sol no ha cambiado en absoluto... puede que algo en ti haya hecho que el sol cambiara en tu percepción personal.
La pequeña niña se quedó pensando. Con lentitud se quitó las gafas, y sonrió a la juguetona flor. cuando se acostumbró a la luz... miró al Sol, y le sonrió de oreja a oreja, y soltó una feliz risotada. ¡El Sol ya no cegaba sus ojos, podía verlo como siempre!
Entonces recordó el mar y su reflejo... haciendo a la niña capaz de analizar la confusión que había sufrido.
Mila se levantó, y le dio las gracias a la violeta que la había ayudado a entender la realidad.
Se fue dando saltos de alegría a casa con un pensamiento muy realista y motivador...
El Sol nunca fue más brillante... sólo la confundió un suceso puntual.
4 comentarios:
Los sucesos puntuales nos confunden de tal forma que ya los extrapolamos al resto de aspectos de nuestras vidas o a sentimientos extremos, haciendo generalizaciones o poniéndonos barreras, o también como yo digo mucho, quedándonos "ciegos".
Muy bueno.
Un besito :)
Los sucesos puntuales a veces nos nublan el entendimiento, y el ser humano tiene tendencia a malinterpretar, a generalizar y crear tópicos.Menos mal que aunque escasas, siempre queda alguna violeta que nos hace salir de nuestro error. Un beso Bche.
¡Emulando a ESOPO! ¿eh?...
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